jueves, 25 de agosto de 2011

Capítulo Treinta y cuatro: 13 años de soledad

¿Cuántas cosas pueden cambiar en apenas 13 años?¿En diez?¿Y en siete?¿Cuatro?...

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En una casa mediana, una joven recién casada se preparaba para recibir a su esposo. Hacía unos cuatro años había empezado a ser soldado de un ejército muy particular, y pese al peligro que pasaba, ella nunca dudó en que siempre volvería. Siempre lo hacía.
Entonces la puerta principal se abrió y él entró. Con su ropa manchada de barro, su cara de cansancio y una expresión seria como ya era habitual. La chica de cabello anaranjado y con su trenza cocida fue y lo abrazó con emoción. La alegría de ella contrataba con el frío abrazo de él al verla, parecía alejado de todo. Después de contarle que todo iba bien, él y sus hermanos, todo en orden tomó su bolso y se dirigió a su cuarto. La esposa lo atendió con paciencia, nunca era efusivo o entusiasta, pero quizás era otra cosa. Algo que ella no quería aceptar.
El hombre, dejó su uniforme a un lado, estaba bastante marcado por moretones y una que otra herida que luego debería hacer ver con su esposa. Ya estaba tan acostumbrado al dolor que sólo se quejaba por costumbre. Se sentó en la cama, se sacó la camiseta y colocando sus brazos en las rodillas se frotó el cuello pensativo. En su pecho colgaba un amuleto extraño. Este lo miró y lo besó sin más.
Su esposa, se quedó helada al verlo con esa actitud y su expresión fue la de un completo odio al ver como le dedicaba una sonrisa a ese objeto.

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Una joven con un pañuelo verde y azul en la cabeza pintaba con tranquilidad en su terraza mientras a su costado descansaba un cigarrillo, el cual fue tomado entre las manos de la misma e inhalado sin emoción alguna. Una mujer mayor entró y entonces la abrazó para correrla y ver el cuadro.

— ¿Ves? Te dije que serías buena en esto, aunque nadie lo vea, eres demasiado buena para seguir de maestra, presenta algo a un experto, hazme caso...—entonces la mira más detenidamente, le saca el pañuelo de la cabeza y sorprendida exclama— ¿Nuevo corte?

La joven ríe y busca su pañuelo pero se lo coloca de bufanda esta vez, apenas se toca su cabello recién cortado y mientras vuelve a su cuadro le explica.

— Siempre tenía que lavarme el pelo después de pintar por mancharme, entonces lo corté un poco.

—¿Un poco? Un poco más y te confundiría con un chico bishoujo, como dices. —bromea ella y entonces le toma un mechón, si apenas le quedaban diez centímetros de su antes larga cabellera— Me gustaba más largo, déjalo largo Amuria.

— Gracias por el ánimo. —esas palabras le eran familiares, pese a haber pasado ya siete años no recordaba mucho de su otra vida— Mira a mi me gusta así, es más cómodo y punto. Igual, ¿no te gusta?

— Aww....gatita...me encanta con tal que te guste a ti, no hagas caso de mis fetiches, ya me conoces.

Le quita el cigarro de la mano y le da una calada profunda terminándolo y tirándolo al suelo. Acto seguido lo pisa.

— No imites ese vicio, recuerda, eres humana...puedes morir. —dice regañándola.

— Lo sé, pero que quieres, eres mi ejemplo. —se excusa divertida.

La mujer solo le sonríe y se va a hacer sus cosas. Lucía seguía siendo su misterio, pero ya eran como hermanas o buenas compañeras, la joven nipona no se despegaba de ella y más de una vez se la encontró llorando y fue ella quien la consoló aún sin que esta confiara para contarle que le apenaba tanto. Amuria aprendió en el tiempo que estaba con ella, que nunca lograría acercase más a su mente que lo que era el trato gentil y las pequeñas historias de su infancia. Sólo sentía mucha pena los días en que la veía deprimida, como si un piano se le hubiera caído encima se la pasaba sentada en su cama mirando hacía la ventana y no comía en todo día. Era preocupante, pero la joven había aprendido a no consumirse en eso y comenzó a estudiar pintura. Así se había transformado en profesora y recientemente pintaba sólo por decorar las blancas paredes de la casa donde vivía.

— ¿Por dónde iba? Ahh cierto... por las alas.

El cuadro que estaba haciendo era muy interesante. Lo venía pensando hacía varias veces, hasta había soñado con él. Un enorme dragón abriendo sus alas al amanecer. Mientras lo hacía sentía una gran ansiedad, sonreía al ver su trabajo, pensando que podría ser algo más. No estaba segura, pero últimamente tenía muchos sueños con dragones, quizás en otra vida había sido uno, quien sabe. Siente unos pasos a su espalda, se voltea pensando que Lucía la estaba espiando pero no ve a nadie. Ya hacía varios meses que le pasaba eso. ¿Habría un fantasma?¿En la casa o en su mente? Seguro era su imaginación.

Esa misma noche, alguien fue a visitarla, un espíritu juguetón. Una joven de cabello blanco y un kimono junto a una bufanda rosa. La mira y le acaricia la mejilla, ríe por lo bajo y le dice:

— ¿Quién es la anciana ahora? Aww te ves tierna, aunque más vieja...a veces me equivoco, cambiaron tu nombre. Bueno una de trescientas no es mala predicción. —suspiró y entonces se levantó de la cama sin despertarla— Tienes suerte de tenerme de guardiana, sino, ¿qué sería de ti? —dice arrogante como siempre y al salir se encuentra con una mujer que la miraba atónita—.

— ¿Suzuki?

— Lucía, hermosa, tanto tiempo. —dice fingiendo amabilidad— Aún recuerdo lo que deben tu y tu hermana.

— Si, lo sé, este...¿no me podrías decir algo?

— ¿Qué quieres? —nunca negaba ayuda, aparte se la veía más humilde a cuando era una ha'ngô.

— ¿Hay forma de deshacer un contrato de sangre?

— Lo siento niña, esos son bajo vida o muerte, nada se puede hacer. Inclusive si yo hiciera uno no podría librarme de él nunca, tendrás que sufrir las consecuencias... ¿Qué hiciste? —pregunta curiosa mientras le da la espalda.

— Vendí mi alma por la razón equivocada. —dice cabizbaja cuando al levantar la vista puede observa que la estrella ya no estaba.

Suzuki la miró desde lejos y exclamó:

— Pobre niña, mejor dicho, pobre madre. ¿Cómo no me di cuenta? No puedo pensar que lo sé todo...—se recriminó por su egoísmo.

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Ya eran diez años, una mujer y un hombre estaban en la intimidad cuando un pregunta lleva a la otra, se arruina el momento. Ella se separa y llora a sus espaldas, ya venía soportando eso demasiado tiempo. Johana estaba cansada, ni todo el amor u obsesión en parte podía seguir fingiendo que todo estaba bien. Él no la amaba, eso lo sabía aún el día en que se casaron, pero ella siguió por obstinada y ahora después de tanto años estaba en la misma cama que él, en su casa y aún así esa vida no le pertenecía. Allan intentó reconfortarla, solo empeoraba las cosas, viendo cosas que en esas caricias no existían. El dragón la abrazó, ella lo rechazó.
Sin más opción que ser honesto, tomó su ropa, se vistió y antes de irse le confesó:

— Lamento esto, yo no quise herirte nunca. Creí que podría llegar a amarte, porque creía que le amor se construía. Pero es inútil construir donde aún hay escombros. Yo lo siento.

— Sólo vete. —sollozó cuando al oír la puerta susurra— Sé feliz Allan.

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Trece
En un lugar lejano, una mujer rehacía un trato, un trato que definiría su futuro. Firmó con su sangre por segunda vez y entonces su demonio muy seductoramente la abraza y dice:

— ¿Ahora entiendes por qué te pedí que te encargaras de ella? Sabía que caerías de nuevo...ya van dos hermana, pronto tres, tu corazón siempre fue débil.

— ¿O quizás muy poco egoísta? Me gustaría que así fuera.

— Eres débil, sólo eso hermana, pese a haber nacido juntas siempre fuiste mía y así seguirá siendo. —se le acerca y toca su rostro— Ya no puedo esperar, estas vieja pero no importa, pronto morirás y podré darte la forma que quiera. Ahh Lucía anímate, todos aquellos que quieres son felices, claro a costa de tu propia felicidad.

— Está bien, lo acepto, lo más seguro es que no la merezca. Yo me preguntaba si podría..

— Cada diez años hermana, diez años, pero ve el lado bueno faltan sólo tres. En cuanto a este nuevo contrato, tu tiempo se acortará en digamos tres años, así que espero lo encuentres pronto o sino morirás sin volver a verlo.

— Lo sé, aún así Amuria lo vale, ella hará mejor uso de su vida que yo.

— Bien, no te preocupes haré mi parte del trato, la liberaré del lazo con Aiperus. Siempre pensando en los demás, te quemaras en el infierno.

— Al menos no te dejaré sola Juliett, nunca te dejaría sola. —comienza a llorar.

— No importa eso, yo ya no siento emoción alguna por ti, ahórrate las lágrimas.

— Tienes razón.

Fue transportada de vuelta a su hogar, nuevamente, si antes no podía salir ahora menos y sin embargo nunca se arrepentía. Se dirigió al cuarto de Amuria y la vio dormir, ya se estaba poniendo grande. Sus lentes a un costado, resultado de su vista corta. Su cabello algo crecido al estilo careé, le sentaba muy bien pero la hacía aún mayor. Entonces al verse en el espejo del mueble se dio cuenta, que todo lo bella que se había puesto Amuria se le había ido a ella en los años. Se sintió rara, pensar que estaba vieja y aún lloraba por las mismas cosas. Luego miró a la joven dormir, recordó cuando veía a su propio hijo en la misma posición, bella y antiguas épocas. Si hacía lo correcto, sonrió de lado y se dijo a si misma.

— Tres años no son nada, yo te encontraré.

Ilusionada por atreverse a decir eso se marchó a descansar. Mientras en los sueños de la joven se podían distinguir la figura de un hombre solitario y una mujer solitaria, ambos se encontraban y eran acogidos por un enorme dragón rojo. Su memoria volvería con él.

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Hacía tres años él vagaba solo por los caminos en busca de algo, no se guiaba por la vista, casi había olvidado como se veía pero nunca olvidaría su esencia. Ella estaba viva y aunque le tomara su vida entera debía buscarla. Mientras caminaba hacía un pequeño pueblo de Moscú el amuleto en su pecho brillo por primera vez...quizás estaba a miles de kilómetros pero ya tenía una pista. El porqué Amuria le había dejado ese regalo, para encontrarla.

— Espérame un poco más.

Dijo al viento mientras volvía a su campamento, debería dejar las cosas en claro con Frank y Erin. Sabía que lo regañarían por dejarse guiar por una corazonada, más aún porque lo creía perdido en esa causa, él seguiría. Pero lo que nunca supo fue que antes de poder emprender su viaje de regreso a ella se cruzaría con un demonio desquiciado y rencoroso. Un demonio que debía cobrarle una vieja pelea.

CONTINUARÁ

sábado, 13 de agosto de 2011

Capítulo Treinta y tres: La canción

Existen varias cosas que conectan a las personas, a veces son muy obvias, otras no tanto. Éstas puede ser desde simple tics de mirar a la nada cuando en realidad miras más allá de la distancia sintiendo la atenta mirada de la otra persona, hasta ese momento en el cual tiendes la mano en la cama esperando a sentir otra que te la sostenga.

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En un hospital bastante carente de buenos servicios pero al fin funcional se encontraba un chico recostado entre tres sillas de la sala de espera, lucía agotado. Una enfermera lo miraba con atención, lo conocía, eran viejos amigos. Se le acercó y con suavidad le despertó, preguntó por quién esperaba y al oír la respuesta casi entra a zancadas para darse por enterada.

— ¡Espera Johana! -le dice a la par que algo desorientado se levanta e intenta detenerla-.

Al abrir la puerta se lo halló en una escena un tanto perturbadora. El joven con unos vendajes en el pecho, con sueros y varias cicatrices aún abiertas sobré sus brazos. Jamás lo vio tan mal como ese día.
Se llevó las manos a la boca para evitar gritar mientras siente los brazos de Frank rodearla y en lo que la está sacando de la habitación escuchan un murmullo un tanto extraño.

— ¿Cómo se llama esa canción?

Ambos se voltean y lo miran, estaba sonriendo con los ojos cerrados. Notan que había una pequeña radio a un costado de la ventana, una melodía se escucha de fondo. Los dos se miran, ¿el nombre de la canción? Johana se acercó al reproductor y entonces al terminar la canción hubo un gran silencio y luego nada. Se había cortado la señal.

— Lo siento Allan, no dijeron. —le responde un tanto desilusionada.

— ¿Qué hay con esa canción hermano? — dice serio, aunque en el interior tenía una alegría inmensa por oír su voz de nuevo.

— Porque soñé que bailaba esa canción, y era tan feliz entonces. —abrió los ojos mirándolos de una forma tan melancólica que provocaba abrazarlo, sonrió ampliamente— Era tan feliz.

— Allan...—exclamó Johana y entonces fue y le acarició el rostro, lo único que carecía de herida alguna.

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Mientras Amuria limpiaba su cuarto, Lucía el pasillo, esta última puso la radio y después de varias canciones movidas se escuchó la voz del animado locutor.

"Ahora para los románticos, para aquellos que buscan una excusa para ser románticos...para ustedes este clásico.."

Entonces al oír la canción, el cuerpo de la joven no pudo contenerse, como si estuviera en otro lugar, buscaba a alguien. Salió como hipnotizada al pasillo y entonces al verla tan distraída Lucía se le acercó y le preguntó si estaba bien. Amuria no la miraba, aunque parecía hacerlo, como si no estuviera en el mundo real. Con un hilo de vos la oyó decir:

— Si quiero bailar.

La mujer de cabello enrulado sólo se dejó llevar con una sonrisa tonta en el rostro y tomándola por la cintura la hizo bailar. Se notaba que era media dura pero igual, la expresión en su rostro no tenía comparación. Lucía se impresionó, sabía que estaba soñando despierta, pero se moría de ganas de saber con quién. La joven solo sonreía y sus ojos brillaban como si viera lo más hermoso del mundo. Estaba encantada bajo la dulce melodía.
Lucía bailaba muy bien, experiencia claro, la llevó la dio vuelta pero no lograba hacerla reaccionar. Sólo se reía a los tropezones de ella y dejó a ver cuando volviera en sí.
Al terminar la música Amuria finalmente apareció de verdad, al notar la posición en la que estaban se sonrojó toda y le preguntó:

— ¿Qué estás haciendo?

— Lo que me pediste gatita. —la suelta y entonces ya seria nuevamente le cuenta— Estabas soñando, al parecer algo bueno...dime...¿con quién soñabas?

— ¿Con quién soñaba? Pues con un...—entonces su mente se bloquea y no logra recordar nada, incluso su vista le falla y cae al suelo.

— ¡Amuria!

La sostiene hasta que se le pasara aquel problemas, sintió mucho frío a su alrededor, había un demonio cerca de ella. Entonces saca de su cuello una cruz plateada y con su larga cadena también la envuelve a Amuria. Ya lo había sentido antes, esa entidad había llegado con la joven. Al sentir como se alejaba, miró a la nipona un momento. Había algo en ella, que por alguna razón la hacía reaccionar así, como si fuera su deber protegerla. Le deja su amuleto y le besa la frente.

— ¿Qué fue eso? —pregunta ya recuperando el control de sí misma.

— Un demonio, y uno poderoso, al parecer. Niña creo que ya se porqué no logras recordar todo, alguien no quiere que lo hagas...

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Mese después de accidente, Allan se hallaba con su hermano en la casa de sus padres. Al menor aún le costaba un poco caminar, de verdad no podría tomarse todo tan a broma a veces, había estado bastante grave. Estaba mirando por la ventana distraído en sus pensamientos, entonces una joven de   cabello rojo anaranjado lo abraza por el cuelo y apoyando su mentón sobre el cabello de él le pregunta qué estaba pensando.

— Nada. —responde nuevamente en su actitud distante.

— ¿Quieres que te haga pensar en algo? — lo suelta y quedando frente de él choca sus narizes apenas y entonces sin aviso lo besa con pasión.

El dragón estaba cansado y muy solo, se dejó llevar ante ese cariño ya tan distante en su memoria. Entonces le correspondió, ignorando lo que aún sentía y al sentir tan cerca. Estaba sentaba sobre él y su rostro le sonreía con picardía, Allan sabía lo que significaba. Se veía desanimado y un tanto triste pero aún así fingió una sonrisa y le susurró en el oído a ella.

— Dime idiota, sólo dilo. —cerró los ojos para engañarse a sí mismo.

— Idiota. —dijo por lo bajo y entonces sintió cómo los labios de él descendían por su cuello.

Allan estaba al recordarla, y entonces sólo se dejó llevar como antes por sus instintos, olvidando así por unos minutos el amor. Pero fue en ese momento que alguien llamó a la puerta, algo quiso evitar que eso pasara. Y por alguna razón, el dragón pudo reconocer esto y se alejó de la Johana para ir a atender. Pese a las quejas de ella que ya estaba semidesnuda, él asumiendo que era importante salió a ver quien era aún con alguno vendajes en su pecho descubierto.
Se encuentra con un joven rubio que ocultaba su miraba bajo unas gruesas gafas de sol. Estaba pelado casi y entonces sonrió extrañado y le dijo:

— Me costó encontrarte, hasta se rumoreaba que habías muerto amigo. — se le acerca y entonces se saca los lentes para que pudiera apreciar sus ojos pervertidos, lo besa en la mejilla— ¿Tiene la memoria afectada por ese golpe?

— E-em-mber...—se da cuenta por el beso y entonces lo mira poco amistoso— ¿Qué haces aquí?

— Seguramente no lo mismo que tu, sólo vengo de mensajero, me han dicho que esto fue encontrado en la escuela. Y estoy seguro que es tuyo.

— Tengo prisa, dame lo que sea que quieras. —entonces se percató de su insinuación y le dijo— No seas mal pensado, estoy solo. —mintió.

— Tienes un olor a mujer excitada muy fuerte como para disimular A-chan. —dice y entonces le entrega un sobre— Ten, que yo sepa sólo había una persona a quien le decía así cariñosamente.

Al ver el sobre, la letra de Amuria, un palabra que hizo que se estremeciera y sintiera culpa.

~ Tonto Allan ~

El rostro del dragón cambió, ese tonto, cómo lo fingió Johana jamás seria como sonaba de ella. Entonces dejó al demonio y al entrar no pudo sino pedirle a su amiga que se fuera, esta lo hizo pero de muy mala gana. Al quedarse solo abrió la carta con cuidado y no había papel alguno, sólo un colgante. Una estrella invertida o al menos eso era para Allan. En un momento se preguntó porqué le dejaría algo así. Una cadena de plata y el símbolo era blanco, era llamativo, no parecía algo que Amuria usara. Se lo colocó y  sintió un calor en el centro de su pecho que hacía meses había olvidado.

— Amuria.

Fue ese día, el primero de una búsqueda, porque aún si le dijeran loco o obsesivo, ese día el supo...que ella aún estaba con vida.

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Lucía estaba en la terraza de su cuarto, pensaba en muchas cosas, ya iba por su quinto cigarrillo y aún no ordenaba sus ideas. Entonces sintió una presencia a su espalda y se volteó rápido pero no logró responder al sentir su esencia. Alguien la abrazaba con cariño, ella respondió de la misma forma.

— Te extrañé mucho. —dice una voz muy dulce.

— Y yo a ti, hermana. —sintió una molestia en su pecho— Me duele mucho.

— Lo siento, siempre me olvido. — se separa del pecho de ella y la deja de tocar— ¿Cómo vas con la pequeña?

— Bien, es muy buena niña, igual creo que debo pedirte otro favor. Tengo el presentimiento que hay un demonio influyendo en su mente, por alguna razón hay algo que me dice que está en peligro. ¿Tienes alguna idea en cuanto a eso?

— Sólo se me ocurre que su hermano la haya seguido pero es imposible, aquí no pueden entrar demonios no invitados. Veré que hacer, tu cuídate mucho, ya faltan poco años...¿si?

— Lo sé, tranquila estaré bien. —contestó cabizbaja y con tono triste.

Se miran como queriendo volver a abrazarse pero no lo hacen. Al desaparecer Juliett, su hermana menor se siente sola y llora un poco para descargar esa bronca por la maldición que las acogía hacía tanto tiempo ya.
Fue al cuarto de Amuria y se acostó a su lado, la abrazó con ilusión de calmarse un poco. La joven despertó y al verla sólo le preguntó:

— ¿Estás bien onne-chan? -se acurrucó en su pecho-

— Sólo quiero quedarme un minuto, ¿te molesta?

— No, ven, tengo frío.

Lucía la abraza con fuerza y la siente suspirar encima de ella, ojalá algún día pueda volver a hacer eso con su hermana sin salir lastimada.

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Varios años pasaron, muchas cosas cambiaron. Peleas, amistades, búsqueda y olvido. 
Un hombre buscaba a una mujer, una mujer quería recordar al hombre, ninguno de los dos tenía pista alguna pero aún así seguían intentando. En sus caminos cruzaron con viejos amores, con caídas y rencores...todo ello al final ¿mereció la pena?. Eso sólo ellos podrán responderlo.




Capítulo Treinta y dos: Saludos

Desperté y tuve la necesidad de levantarme, extrañamente mi cuerpo se sentía como aturdido y tardaba mucho en responder. Noté que mis piernas apenas podían moverse, pero peor aun mis brazos parecían no tener en cuenta mi voluntad. Al rato intentando moverme siento la puerta abrirse y veo a Lucía entrar. Esta me miró con paciencia y mientras ataba su alborotado cabello en una coleta me dice mientras se sienta a mi lado.

— Pequeña, tu cuerpo tardará en responderte, cálmate. A mi me pasó lo mismo y ves, pasa. —entonces la levanta y la apoya en unas almohadas— ¿Recuerdas algo?

Intento hablar pero no lo consigo, entonces muevo la cabeza en negación. Mi cuidadora suspira y entonces me toma una mano y la sostiene con fuerza.

— Niña, tu estuviste en un juicio por tu vida, ser un demonio o un humano. Al parecer, el amor fue más grande que tu ambición, y tu eres una humana ahora. Tu cuerpo y esencia se transformó por completo, pero tu alma sigue igual. No podrás recordar todo a la perfección, y quien sabe si en algún punto podrás recordar...lo importante ahora es que puedas empezar de nuevo y yo te voy a ayudar.

Yo sólo quedé confundida, por alguna razón le creía y por otro, al oír la palabra "juicio" me estremecí y las ganas de llorar regresaron. Intenté soportarlas pero no pude y la desconcertada mujer no hizo sino abrazarme maternalmente.

Al pasar los días, comencé a moverme más por mi cuenta y de a poco conseguí poder hablar o al menos expresar pequeñas palabras. Lucía me decía que debía volver a entrenar mi reacción a mi pensamiento, no debía ser tan difícil en alguien joven como lo era. Y tenía razón, en un mes, ya hablaba con fluidez y me movía casi con la misma agilidad de antes.
En el transcurso de esos días, la mujer se fue volviendo más compañera y trato de abrirse más.  Esta me veía como una hermana, cómo me había cuidado aún sin conocerme, era extraño pero a la vez se me hacía familiar su rostro. Finalmente un día, la mujer me hizo saber de su identidad.
Estábamos en la cocina tomando el té de la tarde cuando me contó mientras miraba hacía la ventana.

— Supongo que te preguntarás ¿por qué estás aquí?¿por qué soy tan amable contigo? Verás...—dio un sorbo a su taza y prosiguió— soy la hermana de Juliett, un demonio que conociste y que al parecer le caíste bien. Ella me dijo que si te convertirías en humana y que debía ayudarte y henos aquí.

— ¿Juliett? Te me haces conocida, pero la verdad no estoy segura. —dice mientras la miraba detenidamente.

— Mmm...a ver. Imagíname rubia, con los mismos ojos. —se desabrochó un poco la blusa haciendo un escote exagerado— y vestida de una forma sensual, así es mi hermana.

Al verla por un tiempo prolongada y al acercarme un poco a su rostro tan serio, mi mente me jugó una broma haciendo aparecer la figura de ese demonio frente de mí. Recordando las veces que la había tenido cerca y más que cerca de mi. Los colores se me subieron a las mejillas, no podías pensar en que había hecho tales cosas y con una persona como ella. Aún así, al sentir la cálida carcajada de mi compañera volví al mundo real y escuché su veredicto.

— No me sorprende, eres muy linda niña, pero mi hermana siempre se pasa de "linda" con muchas. —sonrió mientras en su mirada sólo se veía soledad.

— No puedo creer que haya hecho eso, no creí que fuera así como mestiza.

— Y en cuanto recuerdes más, más te darás cuenta de lo que viviste, tal vez te guste, tal vez no. Todo es cuestión de verte, si eres humana, te han amado mucho mi pequeña.

— ¿Amado?

— Si, la única forma de que te convirtieras en humana es que muchos así lo desearan y te quisieran d este lado. Por lo que me han contado, tenía un hermano ¿no es así? Probemos tu memoria, dime su nombre, te daré una pista: empieza con "A"

— Mi hermano se llamaba...—su rostro, su sonrisa se hicieron presente al decir hermano— Daisuke. —sonrío sin darme cuenta.

—¿Mmm? —apenas murmura con cara de desorientada1— No, era Aiperus, pero tal vez ese era su nombre al convertirse. Debes estar algo cerrada aún, yo recordé toda mi vida en días, aunque tuve ayuda de quien más me conocía.

— Aiperus, él no era mi hermano. —dije triste, no pensé que ese demonio era Daisuke, no lo era.— Después de convertirse, dejó de ser Daisuke, yo lo llevó en mi corazón.

Lucía me sonrío, por pena o por entendimiento aún no estoy segura. Luego de tomar el té me pasó a explicar muchas cosas. El cómo comportarme, cosas que no tenía idea que sabía hasta que logré recordarlas. Entonces me preguntó en qué era buena, yo le dije que no estaba muy decidida en algo.

— Te veo cara de pintora ¿has pintado alguna vez?

— La verdad, no lo creo, ¿pintora? suena muy difícil.

— No lo es tanto, claro si tienes ideas. Probaremos eso.

Me quedé sorprendida de lo decidida que era, aunque con el tiempo me daría cuenta que Lucía siempre mostraba mucho y ocultaba más. Al parecer le caí bien, y por alguna eso me hizo pensar que era un problema. Más aún con los rumores que transitaban sobre ella.
Verán mi tutora, como la empecé a tratar ya que era una mujer en mi comparación, era una persona muy respetada a simple vista como así también muy polémica. En muchos de los lugares dónde me mandaba a comprar era más de uno el que hablaba de ella, a veces mentían, otras parecían que la examinaban como si fuera una especie rara.  En una oportunidad hablé con el sacerdote, el mismo que me encontró, según él Lucía era un alma muy difícil de complacer pese a estar siempre dispuesta a ayudarlo con sucesos "más allá de este mundo" me confesó que nunca la conoció a más.
Los niños me decían que tenga cuidado, que ella era una bruja que se alimentaba de las personas y las cocinaba como verdura. Me pareció ridículo.
Después las mujeres mayores me contaban que era tanto una maldición como bendición, más de una vez ayudó en casos de demonios que poseían a sus pequeños, pero también era una hereje por nunca haberse bautizado ni ir a misa. Eran muy tradicionales, yo no les creía, aunque si me asustaba en algún punto; ¿por qué siendo humana seguía en contacto con los seres de la oscuridad? Finalmente llegué a hablar con la última parte del pueblo, los hombres. Estos me dijeron que nunca hablaba con ellos, a veces si se la veía salir con los más jóvenes pero en realidad no sabían de que hubiera estado casada ni nada. Todo un misterio, esa fue mi conclusión.

— Lo único que oculto es mi odio hacia este pueblo. —me dijo una vez y no más.

Creí que podría llegar a conocerla, en un punto pensé que era bipolar, un día contenta y llena de alegría y al siguiente todo le caía mal y fumaba sin parar hasta que le agarre un ataque de tos. Inclusive hubo veces en que me trataba tan mal que tuve que irme de la casa hasta que se pasara el humor. Una mujer rara, una noche me dijo que nadie duraba más de cinco años a su lado, pero nunca estaba sola.
Eso me llamó la atención, será que había tenido más chicas como yo o solo se hacía la misteriosa y enigmática para que no husmeara en su vida. Mi curiosidad era grande así que poco le sirvió y solo alimentó mis ansias por conocerla. No se parecía a su hermana, a quien recordé demasiado bien en poco tiempo, ella era inestable e impredecible. Aunque toda mi curiosidad y ansiedad por conocerla se fueron un día en que me reveló sus verdaderas intensiones conmigo.

Una noche estábamos tomando mientras en un intento por relajarme para unas pruebas de un curso que estaba tomando. Entonces se me fue la lengua ante el efecto de aquel dulce licor y comencé a contarle los miles de rumores, de ella.
En un momento, se estar sobria, me hubiera callado porque su rostro ya no se reía sino más bien estaba enojada y mucho. Recuerdo que se levantó de su silla y me miró tan fijo que creí que moriría con solo esa mirada.

— A mi no me importa que te digan, sólo ten cuidado con lo que tu dices, llegas a decir algo sobre que era un demonio y créeme que conocerás lo que es un verdadero demonio. —me alzó el rostro y me besó, sintiendo como sus labios me quemaban por dentro, tuve el reflejo de quitármela de encima pero de no ser que fue ella quien me soltó no se si podría haber quedado tan bien— El que no sirva a Satán no quiere decir que sea una buena persona Amuria, sólo me ocupo a favor de mi hermana pero yo, y que te quede claro, NO soy una buena persona y nunca lo seré...aunque me gustaría serlo...—esto último fue más como un susurro.

Desde esa noche yo no le pregunté nada que no quisiera decirme, tampoco hablé con nadie de más chismes y me concentré en recordar lo que tanto había olvidado.
Esto me llevó tiempo pero quizás tuvo un motivo, quizás había alguien que aún no debía recordar...

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En medio de un campo abandonado mucho separaban sus caídos y los llevaban a sepulcro sin el más mínimo ruido o queja alguna. Los demonios buscaban a los suyos y los devolvían al fuego del cual nacieron, los dragones envolvían a sus compañeros y los enterraban.
En medio de las caras tristes y una que otra lágrima silenciosa, estaban dos hermanos tirando tierra con una pala, terminaron. El menor solo dedicó una plegaria simple, el mayor solo miró al cielo esperando algún día volver a verlo. Se quedaron viendo la tierra recién removida hasta que oscureció y entonces juntos se dirigieron a su campamento.

— Tranquilo, yo le diré a papá y mamá.

Ve como su hermano le sonríe apenas, era extraño, en parte le dio miedo esa sonrisa y claro su instinto no le fallaba. El más joven calló de bruces al suelo mientras se sostenía el abdomen con fuerza. Una mancha de sangre se distinguía en su ropa.

— ¡Allan! —gritó mientras lo tenía contra su pecho y comenzó a pedir por ayuda, lo miró bien y quitó el pelo se su rostro, apenas tenía abiertos esos ojos celestes únicos en el mundo— Allan por favor no me dejes solo, no me dejes solo...por favor...

Esa la primera y única vez que el mestizo vio llorar a su hermano, mientras lo abraza con fuerza sentía sus lágrimas caer sobre él. Había soportado el dolor todo el tiempo con tal de acompañar a su hermano caído, y ahora parecía caer él también...en un momento cerró los ojos y el llanto de su hermano se hizo inaudible.


CONTINUARÁ

sábado, 6 de agosto de 2011

Capítulo Treinta y uno:

En una tierra muy lejana, en medio de la nieve y el desconcierto de la mayoría de las personas existía un pequeño pueblo perdido. En él, había una iglesia, magnífica por su sencillez. Apenas en la entrada de la misma, cubierta solo con una sábana blanca se hallaba una joven con el cuerpo frío e inconsciente. El monje, a punto de dar la misa, recorre su hogar cuando al ver a la desconocida acude rápidamente a su ayuda. Nota que estaba desnuda y con el frío de aquel lugar no era nada bueno. Llamó a sus mojas compañeras y estas la abrigaron y cobijaron mientras intentaban salir de su asombro. No era del pueblo.
Entonces mientras la recostaban en una de las camas de la sala de amparados, la puerta de la iglesia se abrió de par en par. Una figura femenina se hizo presente, su cabello enrulado sobre salía de su abrigo, sus brillantes ojos carmesí daban lugar a su imperial presencia. Se dirigió a donde las mojas con la joven y abriendo la puerta sin la más mínima señal de respeto las miró y exclamó:

— Ella viene conmigo, la he estado esperando por mucho. —dice y entonces el monje la mira con preocupación— Tranquilo padre Pedro, ella no es de "ese" tipo.

— Menos mal mi niña, ya hemos tenido bastante problemas con ellos. ¿Quién es?

— Una buena persona y con eso deberá conformarse, porque más no puedo decir. Sólo vístanla y me la llevaré en auto a mi casa para atenderla. Lo que tiene no es nada físico, así que mi ayuda es la única útil ahora.

Todos asintieron a su orden, su voz era tan autoritaria como un sargento y su mirar tan frío como la nevada del exterior.
Las monjas obedientes hicieron lo pedido y ayudaron a llevar a la joven a su vehículo. La mujer les agradeció y apenas sonrió, antes de irse les dijo:

— Estará bien, confíen en mí. —dio un leve saludo con la mano y arranco el auto sin ni siquiera ver hacía adelante-

Esa mujer era rara, todos pensaban eso, pero nadie cuestionaba ni sus órdenes ni sus presentimientos. El respeto que le tenían era muy grande, aún más que las dudas que inspiraba su actitud tan distante.

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Un aroma a rosas, una suave y cálida sensación en su cuerpo. La joven abre los ojos levemente, todo se ve blanco luminoso, ¿qué es eso? ¿una burbuja?¿dónde estaba?
Entonces una voz suave le susurra, mientras ve una mano que se mueve a ella y le toca apenas la nariz.

— Una baño tibio te vendrá bien, tranquila, no te haré daño. —era dulce y entonces se pone enfrente para que la mire— Ahora te cuidaré.

Ella aún así se asusta y se mueve con torpeza, estaba en una bañera, pero sin importar cuánto tratara no podía hablar. Su cuidadora la sostiene con cuidado y entonces con la mano le tira un poco de agua en el rostro y le quita el pelo del rostro para que la viera bien. Esta sonríe y entonces le aclara.

— Soy Lucía, no podrás hablar por unos días hasta que tu ser esté pleno, eso toma tiempo. Ahora solo cálmate y disfruta, debiste pasar mucho frío hasta llegar aquí y no me gustaría que te enfermes.

La termina de bañar y entonces drena el agua para envolverla en una toalla. Sabía que le costaría recuperar el control en su cuerpo, en parte porque era como si hubiera nacido en uno nuevo, pero pronto ese sería el menor de sus problemas. La secó y le colocó un piyama grueso para mantenerla caliente, la llevó a una habitación para recostarla. Al taparla solo le besó la frente con cariño mientras acariciaba su largo cabello.

— Era cierto lo que decían, eres alguien encantadora Amuria. —al decir su nombre vio cierta reacción por parte de la joven— Descansa, mañana hablaremos.

Dicho esto se levantó y apagó la luz para dejarla sola y en silencio así podía dormir como se lo tenía merecido.
El cuerpo inmóvil de la joven contrastaba con sus alborotados pensamientos. ¿Qué hacía en ese lugar?¿Quién era Lucía?¿Por qué la llamaba de esa forma? Sintió un peso en su pecho, algo que la hizo sentir muy triste, no sabía que había ocurrido, con suerte recordaba su nombre, Amuria, pero todo lo demás era como un gran lago lleno de niebla. Algo imposible de ver, de recordar.

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En un lugar, cerca y lejos a la vez, un pelirrojo sin mirada alguna se acerca a su padre y entonces, con una voz seca y sin ánimo alguno le dice:

— Quiero pelear, ir con Frank y Galf a defender nuestro clan y nuestras tierra.

— ¿Por qué hijo mío? Eres muy joven para emprender a tal peligro, si me das una buena razón, pese a mi temor te dejaré ir.

— Porque ya no sé qué hacer, no tengo razón para pelear más que protegerlos a ti, a mamá y mis hermanos menores. Estoy...buscando algo que pueda llenar un vacío y pelear es lo único que puedo hacer para evitar pensar en ...—guarda silencio mientras mira hacía la nada, su rostro estaba tan serio, ya nadie lo reconocía de sus amigos o familiares, como si fuera otro.

— Bien Allan, te dejaré ir, pero debes prometer que volverás en cuanto llenes ese vacío. Sabes que no nos gustaría tener que cavar una segunda tumba.

— Lo sé, gracias papá.

Entonces sin expresión aún en su rostro, el joven se trasformó en dragón y comenzó a volar hacía su destino. Mientras era observado de lejos, con nostalgia, por aquellos que no lograban ver su sonrisa y preocupados estaban.

"¿Qué te pasó Allan?"

Era la pregunta que todos se hacían a su espalda, algo lo cambió y ahora ya no reía, ni miraba, ni parecía pensar como antes. Aquella guerra donde iría, tampoco era la solución o al menos eso creían todos; aún así   en la mente del mestizo solo cabía lugar para un objetivo: olvidar.






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En una pequeña habitación, una niña pequeña revisaba entre las miles de cajas que se encontraban a su alrededor. Entonces alza una roja y pequeña y exclama con entusiasmo:


— ¡Aquí estas! 

La abre con cuidado y de su interior saca un colgante, una cadena de plata con un talismán blanco, ella sonríe, como también el hombre que la espiaba desde la puerta. 


— ¿Qué haces? — pregunta él saliendo de su escondite.


[...]


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Empezamos con la tercera y última parte, ahora se viene las explicaciones en el segundo capítulo :P